The Running Man.

The Running Man es una película de ficción distópica dirigida por Edgar Wright a partir de un guion basado en la novela homónima de 1982 de Stephen King, que supone la segunda adaptación del libro tras la película de 1987 protagonizada por Arnold Schwarzenegger.

En una sociedad de un futuro cercano, The Running Man es el programa de mayor audiencia de la televisión: una competición mortal en la que los concursantes, conocidos como Runners, deben sobrevivir 30 días mientras son perseguidos por asesinos profesionales. Cada movimiento es retransmitido a un público sediento de sangre y cada día que pasa, la recompensa en metálico es mayor. Desesperado por salvar a su hija enferma, Ben Richards (Glen Powell), de clase trabajadora, es convencido por el encantador pero despiadado productor del programa, Dan Killian (Josh Brolin), para que participe en el juego como último recurso. Pero la rebeldía, los instintos y las agallas de Ben lo convierten en un inesperado favorito de los fans y en una amenaza para todo el sistema. A medida que se disparan los índices de audiencia, también lo hace el peligro, y Ben debe burlar no sólo a los Cazadores, sino a una nación adicta a verle caer…

Desde los primeros segundos, The Running Man detona como una granada cinematográfica. Su arranque es un estallido de ritmo, caos y tensión que te lanza de lleno a su universo distópico sin darte tiempo ni para parpadear. Es un inicio que no solo engancha, sino que literalmente te arrastra dentro de la historia.

Glen Powell está absolutamente sublime en este papel. Su interpretación es una fusión perfecta de carisma, poder físico y profundidad emocional. Powell no solo interpreta al protagonista: lo encarna, lo habita, lo hace creíble en medio del delirio visual que lo rodea.

La dirección mantiene un ritmo feroz, sin dar tregua. Los colores saturados y la estética exagerada se combinan con una historia desmesurada pero perfectamente coherente en su locura, que funciona como una aguda metáfora moderna sobre el espectáculo, la manipulación y la pérdida de humanidad. Es un festín visual y narrativo que atrapa tanto al ojo como al cerebro.

La única pequeña sombra en este torbellino de virtudes es su desenlace. Después de un comienzo tan poderoso, el final no alcanza el mismo nivel de impacto. Aun así, The Running Man sigue siendo una experiencia cinematográfica irresistible, un clásico moderno que demuestra que el exceso, cuando se hace con estilo y convicción, puede ser arte puro.

Luisa Scarlata