Queer.

Queer es un drama romántico dirigido y producido por Luca Guadagnino. Está basado en la novela de 1985 de William S. Burroughs y protagonizado por Daniel Craig y Drew Starkey.

Queer está ambientada en la década de 1950. William Lee (Daniel Craig), un expatriado estadounidense de unos 50 años que vive en la Ciudad de México, pasa sus días sumido en los vicios del alcohol y las drogas, generalmente solo, salvo por algunos contactos con otros miembros de la pequeña comunidad homosexual del barrio. El encuentro con Eugene Allerton (Drew Starkey), un joven estudiante recién llegado a la ciudad, le hace vislumbrar por primera vez la posibilidad de crear un vínculo realmente íntimo con alguien…

Hablando de Queer, el director italiano Luca Guadagnino ha querido subrayar a menudo cómo el libro de Burroughs en el que se inspira representó un momento de catarsis y formación para él cuando lo leyó a los 17 años, y cómo desde entonces sintió el deseo de rendirle homenaje algún día convirtiéndolo en una hermosa película.

Ese día ha llegado, así como también ha llegado el homenaje de Luca a una obra que significó algo tan importante en su vida. Sin embargo, como espectadores de este majestuoso tributo, desde el principio tuvimos la sensación de que esta vez Guadagnino ha sido (quizás de manera inconsciente) más generoso consigo mismo que con el público, como suele ser normalmente. Por eso lo hemos amado y tal vez entendido un poco menos.

Porque apreciar un gran trabajo es una cosa; llegar a amarlo, es otra.

Queer es un largometraje que exuda sufrimiento y perdición en cada fotograma. Es, sin duda, una película de amor (anhelado, comprado, perdido sin nunca haberlo tenido realmente), pero es el polo opuesto de aquella obra maestra que fue y es Call Me by Your Name, donde la pasión, independientemente de hacia quién o qué, es nacimiento; aquí es condena, vicio, alucinación y muerte.

Por primera vez, la dirección de Guadagnino, probablemente influenciada por su concepción personal de la historia, cede con frecuencia al manierismo y, al final, nos deja desorientados y agotados, sin llegar a satisfacernos por completo. Que quede claro: no se lo reprochamos en absoluto. Al contrario, creemos que es un derecho de todo artista respetable, al menos una vez, perderse y deleitarse en sí mismo o en su visión personal.

Por eso nuestro inmenso amor por el cine de Luca no cambia. Y discúlpanos si (de vez en cuando) te llamamos por tu nombre.

Luisa Scarlata